Durante años se ha escuchado sobre la “brecha generacional” en las empresas como si se tratara de una guerra entre las generaciones: Los Boomers que valoran la estabilidad, Los Millennials que buscan propósito, y la Gen Z que espera flexibilidad. Pero la realidad es que el desafío no está en los años que cada generación tiene, sino en la mentalidad con la que se enfrenta al trabajo, al cambio y a la vida.
Las generaciones jóvenes crecieron en un mundo que cambia cada minuto. Están acostumbradas a la rapidez, la tecnología y a analizar todo: los horarios, los espacios, las jerarquías, etc. Para ellos trabajar no es cumplir con una tarea, sino encontrarle el sentido, aprender, crecer y poder equilibrar su vida personal con la profesional. Buscan líderes que escuchen, confíen y que los dejen experimentar.
Las generaciones que precedieron, en cambio, crecieron bajo otras reglas: la estabilidad, la lealtad y la estructura son para ellos la base del éxito. Para ellos, el compromiso se demuestra con permanencia, horas y con resultados sostenidos en el tiempo.
¿Y quién tiene razón?
Probablemente todos. El problema no es la diferencia generacional, sino cómo se gestionan las expectativas.
Cada grupo aporta algo que el otro necesita: la energía y la frescura de los jóvenes pueden convivir perfectamente con la visión y la calma de quienes ya recorrieron más camino. Pero eso solo ocurre cuando hay apertura para escuchar, aprender y compartir.
Pero cuando se unen cada uno de estos puntos el resultado no es conflicto, sino un crecimiento compartido.

