Durante años, muchas empresas definieron su propósito como una frase inspiradora en la pared o en la web corporativa. Pero hoy, el propósito ya no se mide por las palabras, sino por las decisiones y acciones que se toman en el día a día.
El propósito no es un eslogan: es la razón por la que una empresa existe más allá de la generación de utilidades. Es aquello que conecta su negocio con las personas, la comunidad y su entorno.
Sin embargo, aún hay organizaciones que confunden el propósito, con misión, valores o metas comerciales. Desde ahí nace la siguiente pregunta:
¿Sabemos realmente cuál es nuestro propósito?
Una empresa con un propósito claro toma decisiones coherentes, inspira compromiso en su gente y genera confianza en su entorno. No busca solo “crecer”, sino trascender.
Definir el propósito no es un lujo, es una necesidad. Porque cuando una empresa sabe por qué existe, también sabe cómo quiere hacerlo y hacia dónde va.
El propósito no se escribe, se demuestra. Y cada política, proceso y conversación dentro de la organización debería ser una expresión viva de él.

