En algún rincón de nuestra memoria, habita el niño que alguna vez fuimos. Ese niño lleno de sueños, con una imaginación desbordante y una curiosidad infinita. Hoy, como adultos, nos sumergimos en las responsabilidades diarias, en las metas que persiguen nuestro presente y futuro, pero ¿cuánto de ese niño queda en nosotros? Este 16 de agosto, mientras celebramos el Día del Niño, es una ocasión ideal para reflexionar sobre ese niño interior, para recordar qué queríamos ser, qué nos emocionaba y cómo esos sueños han influido en quienes somos hoy.
“La infancia es un privilegio de la vejez. No sé por qué la recuerdo actualmente con más claridad que nunca”, decía Mario Benedetti, un reflejo de cómo con el paso del tiempo, las memorias de nuestra niñez se vuelven más nítidas, más presentes. ¿Será que, en medio de la rutina y la vorágine de la vida adulta, buscamos en esos recuerdos una reconexión con lo que alguna vez nos impulsó? ¿Qué nos motivaba cuando éramos pequeños, cuando el mundo parecía un lugar inmenso lleno de posibilidades infinitas?
Muchos de nosotros, cuando éramos niños, soñábamos con ser astronautas, exploradores, artistas, inventores. Esos sueños, aunque parecían imposibles o lejanos, llenaban nuestros días de emoción y expectativas. En la niñez, el cielo no es el límite; es solo el comienzo. Pero, a medida que crecemos, esos sueños suelen transformarse, adaptarse a la realidad y, en algunos casos, quedar archivados en un rincón de nuestra mente. Nos convertimos en adultos y nuestras prioridades cambian, pero ¿cuánto de esos sueños infantiles perduran en nuestra vida actual?
Es en este contexto que surge una pregunta crucial: ¿el adulto que sos hoy refleja los sueños de tu infancia? Es una pregunta que puede resultar desafiante, pero que también abre la puerta a una profunda reflexión. Si la respuesta es sí, si has logrado mantener vivo ese espíritu infantil, entonces has conseguido algo maravilloso: integrar a tu niño interior en tu vida adulta. Ese niño sigue vivo en dentro tuyo, guiándote y recordándote lo que realmente te apasiona.
Sin embargo, si la respuesta es no, no es motivo de desánimo. La vida nos lleva por caminos inesperados, y los sueños también pueden evolucionar. Lo importante es no perder de vista ese niño interior, porque él sigue siendo una fuente inagotable de inspiración y creatividad. Conectar con él puede ayudarte a reorientar tus metas, a encontrar una mayor satisfacción en lo que haces, y a recordar que nunca es tarde para soñar en grande.
Albert Einstein decía: “Nunca dejes de soñar, nunca dejes de imaginar, nunca dejes de ser curioso, porque así seguirás siendo un niño”. En estas palabras se encierra una gran verdad: el secreto para mantenernos jóvenes, para conservar esa chispa de vida que nos impulsa a seguir adelante, radica en no perder la capacidad de asombro, en seguir explorando, imaginando y, sobre todo, soñando.
La adultez, con sus obligaciones y desafíos, puede ser demandante, pero no debemos permitir que apague nuestra curiosidad ni nuestra capacidad de soñar. Al contrario, estos elementos son esenciales para mantenernos creativos, para innovar y para encontrar soluciones a los problemas cotidianos. Mantener vivo a nuestro niño interior no significa vivir en el pasado, sino integrar esos sueños y esa curiosidad en nuestra vida diaria.
El camino hacia el futuro: un ejercicio de reflexión
Este 16 de agosto es una gran oportunidad para realizar un ejercicio introspectivo que nos permita reconectar con esa parte que tal vez ha quedado relegada con el paso del tiempo, y tomarnos un momento para escribir una carta a nuestro niño interior. En ella, podemos rememorar qué soñábamos ser, cuáles eran nuestros deseos más profundos y cómo veíamos el futuro desde esa perspectiva inocente y esperanzada.
Te invitamos a reflexionar sobre si esos sueños aún resuenan contigo hoy, o si has encontrado nuevos caminos que te llenan de satisfacción.
¡Buen fin de semana!