En el vasto universo corporativo, las recategorizaciones de cargo no solo representan una mera reorganización de jerarquías; son, también, ventanas hacia nuevas oportunidades y abismos de autodesafío. Para muchos colaboradores, el ascenso o el cambio de rol no es solo motivo de celebración, sino también la antesala de un fenómeno intrínseco y silencioso: el síndrome del impostor. Esa inquietante sensación de que el reconocimiento externo no encuentra un eco interno.
¿Y qué sucede cuando nos enfrentamos a un reto que, a simple vista, parece exceder nuestras capacidades? Es en ese momento cuando surge la duda: ¿Este zapato me queda grande? Pero, como reza la paradoja de nuestra vida laboral, no se trata de encajar en el zapato, sino de expandir el pie.
Aceptar una recategorización suele venir acompañado de un nuevo horizonte de expectativas, tanto propias como externas. De repente, las miradas se concentran, las responsabilidades aumentan, y con ellas, las preguntas internas también se multiplican: ¿Estaré a la altura? ¿Y si descubren que no soy tan bueno como creen? Este ruido mental, amplificado por las demandas del entorno corporativo, puede paralizar o motivar. La diferencia radica en cómo interpretamos ese zapato aparentemente grande.
Aceptar la incomodidad inicial es fundamental. Ningún calzado nuevo se siente perfecto desde el primer momento. En este proceso de adaptación, es vital recordar que las habilidades no son inmutables; crecen y se refinan con la práctica, el aprendizaje constante y la valentía de enfrentar lo desconocido.
El síndrome del impostor es una trampa de la mente que nos lleva a desvalorizar nuestros logros, atribuyéndolos a factores externos como la suerte o el contexto. Superarlo no implica eliminar la duda por completo, sino aprender a convivir con ella y usarla como motor de crecimiento.
Practicar la autovalidación es clave. Esto implica reconocer nuestros propios esfuerzos y resultados sin depender exclusivamente de la aprobación externa. Un ejercicio poderoso es registrar pequeños logros diarios. Estos no solo refuerzan la confianza, sino que también nos recuerdan que el camino se construye paso a paso.
Cuando el zapato parece demasiado grande, en realidad nos está ofreciendo un espacio para crecer. Este crecimiento no es automático; requiere intención y acción.
- Capacitación continua: Nunca subestimes el poder del aprendizaje. Inscribirte en cursos, asistir a talleres o simplemente buscar mentores dentro de la organización puede marcar la diferencia.
- Feedback constructivo: Solicitar retroalimentación activa no es símbolo de debilidad, sino de coraje. Escuchar cómo otros perciben tu desempeño te permite ajustar y mejorar.
- Red de apoyo: Rodéate de colegas que te inspiren y te desafíen. A menudo, el entorno es un catalizador crucial para el crecimiento.
- Cuidado personal: El crecimiento profesional y personal van de la mano. Dormir bien, alimentarte correctamente y manejar el estrés son pilares para desempeñarte de manera óptima.
Imagínate como un escultor. Cada nueva experiencia, por desafiante que parezca, es un golpe de cincel que da forma a tus capacidades. Hacer crecer el pie no significa renunciar a tus dudas, sino aprender a caminar con ellas, permitiendo que tus pasos te lleven más lejos de lo que alguna vez imaginaste.
En el ámbito corporativo, el éxito no siempre recae en quien encaja perfectamente en un cargo desde el primer día, sino en quien tiene la determinación de adaptarse, aprender y transformar. Recuerda, un zapato grande no es un obstáculo; es un recordatorio de todo el espacio que tienes para crecer.
El viaje hacia la autoconfianza no es lineal, pero vale la pena. Asume el reto, amplía tus horizontes y haz de cada paso una oportunidad para demostrarte a ti mismo que no solo mereces ese lugar, sino que también tienes el potencial de transformarlo. ¡Haz crecer tu pie y camina hacia tu grandeza!
Elaborado por: daianacaceres@mentu.com.py
Unidad: Personas y Desarrollo