Durante años, la zona de confort ha sido retratada casi como un enemigo silencioso.
A la zona de confort la hemos escuchado asociada a la pasividad, a la mediocridad, a la idea de que quien se queda allí, se resigna. Sin embargo, esa perspectiva tan repetida ha simplificado una realidad mucho más compleja y, sobre todo, más humana. Porque lejos de ser un obstáculo, la zona de confort puede ser el lugar desde donde se encienden nuestros mejores movimientos. Es más que un espacio cómodo: es ese terreno que fuimos cultivando con vivencias, esfuerzo y autoconocimiento. Allí acumulamos certezas, habilidades, aprendizajes. Es donde nos sentimos seguros, donde respiramos hondo, donde fluimos. Por eso, no debería sorprendernos que, justamente ahí, en ese espacio íntimo y propio, sea donde muchas veces más brillamos. ¿Y cuándo dejamos de hacerlo? Cuando la motivación se apaga, cuando lo cotidiano pierde sentido, cuando los vínculos no nos inspiran y se vuelven repetitivos, o cuando el deseo se va achicando sin darnos cuenta. No es la zona de confort lo que nos limita, sino lo que dejamos de hacer dentro de ella.
El verdadero desafío no está en habitar nuestra zona de confort, sino en descuidarla. En no revisarla, en no preguntarnos si aún nos contiene o si se ha vuelto una rutina vacía. El reto no es romper con ella como si fuera una cárcel, sino ampliarla. Expandir sus fronteras con experiencias nuevas, sí, pero también con relaciones que sumen, con preguntas que nos despierten, con proyectos que nos entusiasmen. Y para eso, no hace falta irse muy lejos. Se puede crecer desde adentro, desde lo que ya somos, desde lo que nos hace bien. Se trata de provocar oportunidades, de hacernos responsables de lo que elegimos, de mantener viva la energía que alguna vez nos impulsó a estar donde estamos. No todo cambio tiene que venir desde la incomodidad. Hay procesos que se inician con calma, con alegría, con curiosidad. Con una mirada que agradece el recorrido y que quiere seguir caminando.
La zona de confort no es un lugar donde todo se detiene. Es un punto de partida. Un lugar que puede fortalecernos si lo habitamos con conciencia, si lo renovamos, si lo usamos como base sólida para dar nuevos pasos. Aprender no siempre implica desarmarnos: muchas veces, significa sumar. Sumar vínculos que nos eleven, sumar momentos que nos enseñen, sumar intenciones que nos devuelvan el propósito. Si logramos sostener esa actitud curiosa, activa, amorosa con lo que somos y con lo que podemos llegar a ser, entonces nuestra zona de confort se vuelve infinita. Porque no se trata de elegir entre estar cómodos o crecer. Se trata de entender que también se puede crecer desde el lugar donde nos sentimos en casa.
Al final, lo verdaderamente valioso no es abandonar lo conocido, sino aprender a expandirlo con sentido, con amor propio, y con la decisión profunda de seguir construyendo una vida que nos quede bien.
Elaborado por: daianacaceres@mentu.com.py