La niebla profesional no es una persona, sino un estilo de operar.
Hay quienes entienden el posicionamiento como sinónimo de visibilidad. Que creen que postear compulsivamente en redes, opinar de toda coyuntura o estar en todos los proyectos los hace imprescindibles. Pero posicionarse no es amplificar el volumen, sino construir una identidad profesional clara, confiable y coherente. El verdadero posicionamiento no necesita espectáculo. Necesita sustancia.
Ser alguien posicionado implica saber cuándo hablar y cuándo guardar silencio. Implica poder decir “no sé” sin que eso erosione la autoridad. Implica un estilo sobrio, pero no apagado; firme, pero no arrogante. Porque el liderazgo técnico no se ostenta: se emana. Y, sobre todo, el posicionamiento real no se autoproclama. Es una reputación que se construye en los pasillos, en las conversaciones difíciles, en los proyectos que salieron bien y también en los que fallaron, pero se aprendió con dignidad.
Si hay algo que la niebla profesional suele descuidar es el lenguaje. No por azar, sino porque hablar bien implica haber leído. Y haber leído implica haber transitado por el esfuerzo de comprender, de contextualizar, de reflexionar. El lenguaje revela. Es un espejo del pensamiento.
No es elitismo lingüístico señalar que un líder que dice “hubieron” creyendo estar a la moda, o que desliza un “preveer” en una reunión con inversores, evidencia una fractura. No se trata de que todos hablemos como la RAE, sino de entender que la forma también comunica fondo.
Hablar correctamente no es accesorio; es una herramienta profesional. Escribir un correo sin errores, redactar un informe con claridad conceptual, expresarse sin confusiones: todo eso, en un entorno competitivo, marca diferencia. No por estética, sino por precisión. Porque una persona que no distingue matices en el lenguaje, difícilmente los distinga en el análisis.
El posicionamiento real es, a menudo, silencioso. No busca reflectores, pero resiste auditorías. No necesita hashtags, pero sostiene conversaciones inteligentes.
Posicionarse, en este contexto, no es solo tener un lugar en el organigrama. Es tener una voz clara, una mirada propia y una ética profesional que no se negocia. Implica seguir aprendiendo sin jactarse, pensar antes de repetir, y hablar con propiedad, incluso cuando no conviene.
Porque, al final del día, la niebla se disipa. Y lo que queda es lo que realmente sostiene: las ideas bien construidas, las decisiones bien fundamentadas.
Tal vez sea tiempo de preguntarnos, con más honestidad que marketing, qué huella estamos dejando en los espacios que habitamos. Si lo que decimos resiste el silencio. Si lo que sabemos transforma algo más que nuestro propio CV.
Porque en un mundo donde la espuma sube rápido, el verdadero valor está en lo que decanta. Y eso no se improvisa, no se hereda, no se actúa: se construye.
Quizás, la próxima vez que nos preguntemos cómo posicionarnos, valga más mirar hacia adentro que hacia el algoritmo.
Después de todo, lo sólido no necesita gritar para ser percibido. Basta con estar, con consistencia y con sentido.